Tuesday 24 de June, 2025

MUNDO | 22-06-2025 12:23

El juego personal de Netanyahu: bombas, Trump y poder

Netanyahu redobló la ofensiva contra Irán para postergar su desgaste político y recuperar el relato de líder fuerte antes de una eventual caída.

En su intento por restaurar el prestigio militar e internacional de Israel, Benjamin Netanyahu ha apostado por una escalada regional que, lejos de garantizar seguridad, profundiza la inestabilidad. Los últimos bombardeos estadounidenses a las fábricas iraníes donde se enriquecía uranio –justificados como un freno preventivo al programa nuclear persa– marcan un punto de inflexión. Ya no se trata de contención, sino de guerra abierta. Netanyahu no solo celebró los ataques, sino que agradeció públicamente a Donald Trump por su “liderazgo valiente y coherente”, alineando el destino israelí con la agenda belicista de Washington.

La ofensiva contra Irán, presentada por Israel como un acto defensivo, es más que una respuesta táctica: es un intento político de reescribir una narrativa que lo tiene, hoy, más cerca de la caída que de la gloria. La debacle que significó el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás logró infiltrar territorio israelí y matar a más de 1.200 civiles, en un ataque sorpresa que dejó además más de 250 secuestrados y expuso gravemente a los servicios de inteligencia israelíes, dejó una herida de legitimidad que aún Netanyahu no ha podido suturar.

Durante casi dos décadas, el primer ministro construyó su poder sobre dos pilares: la supuesta invulnerabilidad de Israel y la capacidad del Estado para prevenir cualquier amenaza mediante inteligencia y disuasión. Ambas premisas se desmoronaron. La respuesta desmedida en Gaza –calificada como genocidio por múltiples organismos internacionales– no logró frenar la indignación global ni restaurar la cohesión interna. Por el contrario, deterioró su imagen incluso entre aliados históricos, como sectores del Partido Demócrata en Estados Unidos.

Gaza

Desde octubre, más de 37.000 palestinos han muerto en Gaza, la mayoría civiles, incluidos al menos 14.500 niños, según datos de la ONU y organizaciones humanitarias. Los hospitales están colapsados, el 80% de la población fue desplazada forzosamente, y un millón de personas enfrenta hambre severa. El gobierno israelí insiste en que busca “desmantelar a Hamás”, pero tras más de ocho meses de bombardeos y ocupación parcial, los resultados son ambiguos. Al menos 670 soldados israelíes han muerto, la cifra más alta desde la guerra de Yom Kipur, y 58 rehenes siguen en manos de Hamás, muchos en condiciones desconocidas. El fracaso en su rescate es un punto de quiebre emocional para la sociedad israelí.

La ofensiva reciente contra Irán debe leerse también como una jugada de política interna. Netanyahu actúa mientras puede: antes de que termine la guerra, antes de que el apoyo internacional se disuelva, antes de que la sociedad israelí –hoy unida por la amenaza externa– le exija rendición de cuentas cuando cese el estruendo de las bombas. Su lógica es clara: ampliar el teatro de operaciones para neutralizar las críticas y recuperar el relato de “Estado amenazado” con derecho a actuar preventivamente.

Protestas en Israel

Pero ese cálculo es peligroso. Los bombardeos norteamericanos a las plantas de enriquecimiento de uranio en Natanz y Fordow, que habrían destruido parte de la infraestructura crítica del programa nuclear iraní, empujan la situación al borde del abismo. Teherán ya prometió represalias “sin precedentes” y hay reportes de misiles lanzados desde Yemen y Siria, atribuidos a milicias alineadas con Irán. La idea de una guerra regional total, que involucre a múltiples actores no estatales y potencias interpuestas, deja de ser una hipótesis para convertirse en escenario probable.

Este “reseteo” bélico también busca invisibilizar otros frentes de fragilidad israelí. La economía, por ejemplo, sufre una recesión profunda: el Banco Central proyecta una caída del 2,5% del PBI en 2024, el déficit fiscal se amplía y el gasto militar ya supera los 60.000 millones de dólares. El shekel se deprecia, la inversión extranjera cae y la industria tecnológica –principal motor de la economía en la última década– muestra signos de desaceleración. El turismo colapsó y decenas de miles de israelíes debieron abandonar sus hogares en zonas fronterizas.

Protestas en Israel

El problema no es solo de imagen. Israel ha dejado de ser un actor estabilizador para convertirse en una fuente de disrupción. Su política de desproporción, su desprecio por el derecho internacional y la instrumentalización del conflicto como estrategia de supervivencia personal de Netanyahu, han quebrado el equilibrio regional. Lo que antes se llamaba “disuasión” ahora se parece más a un ensayo de hegemonía militar sin contrapesos.

La pregunta clave es: ¿cuál es el objetivo real de esta ofensiva? ¿Busca Netanyahu una victoria limitada o, como en Gaza, se ha embarcado en una guerra sin salida? Las represalias iraníes ya comenzaron, y el riesgo de un conflicto prolongado con múltiples frentes activos –desde Líbano hasta el Golfo Pérsico– es cada vez más tangible. La lógica del “todo o nada” se impone, pero sin una estrategia clara ni una visión de futuro.

Protestas en Israel

Netanyahu no solo está combatiendo a Hamás o a Irán. Está en guerra con el tiempo, con su pasado de fracasos, con una ciudadanía que le dio múltiples oportunidades y ahora comienza a hartarse. La seguridad de Israel, paradójicamente, se ha vuelto más frágil con cada bomba lanzada sobre suelo persa.

Si algo revela este nuevo ciclo de violencia es que la región no puede ser gestionada como un tablero subordinado a los intereses del Estado israelí o del partido de gobierno. Seguir ignorando otras voces (sin minimizar los crímenes del régimen iraní ni de Hamás) condena a millones de personas al sufrimiento y posterga una paz duradera. Netanyahu puede ganar tiempo, pero no el juicio de la historia. Y quizás tampoco el de su propio pueblo.

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Maximiliano Sardi

Maximiliano Sardi

Editor de Internacionales.

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