Monday 9 de June, 2025

OPINIóN | 21-02-2025 06:17

Una propuesta no tan estrafalaria

El plan de Donald Trump para el conflicto de Medio Oriente genera polémica. Pero ¿hay uno mejor? El nuevo imperialismo norteamericano.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, los rusos y sus vecinos expulsaron a más de catorce millones de alemanes de lugares en que sus antepasados habían vivido durante siglos. En una escala menor, algo parecido sucedió en 1923, cuando casi un millón de griegos, es decir cristianos, tuvieron que abandonar los restos del Imperio Otomano en que sus ancestros se habían asentado hacía dos milenios y medio, y varios centenares de miles de turcos musulmanes salieron de Grecia. Fue un intercambio religioso; pocos creían que musulmanes y practicantes de otros cultos podrían convivir en paz.

Es que en aquellos días, lo que andando el tiempo sería condenado como “limpieza étnica” y por lo tanto un crimen de lesa humanidad, no motivaba la indignación de los biempensantes. Antes bien, a juicio de la “comunidad internacional” de entonces, separar a grupos étnicos o sectarios irreconciliables era la manera menos mala de poner fin a conflictos internos sanguinarios y minimizar el riesgo de que haya más guerras en el futuro. Por tal razón, aquellos alemanes “repatriados” que insistían en su derecho a regresar a sus hogares ancestrales se vieron denostados por casi todos como “revanchistas”, “ultraderechistas” o “neonazis”.

Los tiempos han cambiado. El consenso actual es que es absurdo sugerir que a los habitantes árabes de Gaza les convendría mudarse a lugares más hospitalarios hasta que la franja, que está en ruinas, sea reconstruida, y ni hablar de afirmar que para ellos sería mejor que emigraran de manera permanente a países vecinos de idioma, cultura, creencias religiosas y costumbres muy similares a los suyos.

Al plantear dicha posibilidad con el entusiasmo que lo caracteriza, Donald Trump se hizo blanco de un sinnúmero de protestas airadas por parte de presuntos “expertos” en el Oriente Medio. Lo trataron como un lunático despistado, un imperialista rabioso que sólo pensaban en apoderarse de territorio ajeno para llenarlo de hoteles y de ser tan estúpido que no entiende que la única solución concebible al conflicto entre Israel y los árabes consistiría en la creación de un Estado palestino con un gobierno democráticamente elegido.

¿Es tan ridícula como tantos dicen la propuesta de Trump? Sólo si uno cree que las alternativas que reivindican quienes lo desprecian son claramente mejores. Por desgracia, distan de serlo. Tal y como están las cosas, el nuevo Estado árabe con el que sueñan los demócratas norteamericanos, los europeos, los sauditas y otros, sería gobernado o por Hamas o por una agrupación yihadista afín, como el “Estado Islámico, que haría de la destrucción de Israel una prioridad absoluta.

Por perverso que a muchos les parezca, se trata de una eventualidad que los israelíes no están dispuestos a tolerar. Antes de sufrir la masacre horrenda de octubre de 2023, la mayoría se afirmaba a favor de la idea de “dos Estados”; en la actualidad, muy pocos suponen que ayudaría a inaugurar un período prolongado de paz. Para más señas, Israel acaba de ganar su enésima guerra contra sus enemigos más cercanos, Hamas y Hezbolá y, gobernado como está por gente de ideas “derechistas”, se resiste a permitir que sus enemigos logren en la arena diplomática lo que, según pautas supuestamente obsoletas, perdieron en el campo de batalla. Por lo demás, en cualquier momento Israel podría encontrarse en una guerra aún mayor con los islamistas iraníes que nunca han ocultado su voluntad de borrarlo de la faz de la Tierra y que, se informa, están a punto de adquirir un arsenal nuclear que les permitiría hacerlo. 

Es frecuente oír decir que las guerras nunca sirven para nada, pero la verdad es que la conformación geopolítica del planeta se debe por completo a los resultados de guerras que se libraron en el pasado. Los israelíes, rodeados como están por pueblos en que abundan fanáticos resueltos a exterminarlos, no se proponen dejarse privar de los frutos de sus costosas victorias recientes por quienes, con bastante éxito, están movilizando la “opinión mundial” en su contra.

Aunque la idea de Trump los tomó por sorpresa, las autoridades israelíes pronto reconocieron que intentar concretarla sería preferible a resignarse a la perpetuación del statu quo que virtualmente garantizaría que cada cuatro o cinco años tendrían que reaccionar militarmente a un ataque excepcionalmente feroz, como el del 7 de octubre de 2023, que no les sería dado considerar meramente rutinario.

Si bien casi todos los palestinos consultados repudiaron enseguida la salida propuesta por el impulsivo presidente norteamericano, ello no quiere decir que sea inviable. En los años últimos, muchos millones de árabes han dejado sus lugares de origen para buscar refugio en otras partes del mundo. Sin embargo, a pesar del fervor religioso que tantos profesan, la mayoría ha optado por probar suerte en Europa o América del Norte, tierras de infieles bondadosos donde serían mejor tratados que en los países dominados por sus correligionarios. Así pues, el plan de Trump funcionaría muy bien si se viera acompañado por un compromiso por los gobiernos occidentales, incluyendo al suyo, de acoger a gazatíes desplazados. Demás está decir que ni siquiera los gobiernos que se proclaman más solidarios con los palestinos, como los de Irlanda, Noruega y España, pensarían en colaborar de tal modo.

Tampoco están preparados para abrirles las puertas los regímenes de Egipto, Jordania y otros países musulmanes; lo último que quieren es permitir el ingreso de contingentes de personas programadas para ser yihadistas despiadados. En el Oriente Medio la reputación colectiva de los palestinos difícilmente podría ser peor.  En 1991, los kuwaitíes echaron a 280.000,  usando escuadrones de la muerte para ahuyentarlos, por haber apoyado al dictador iraquí Saddam Hussein, y los sauditas hicieron lo mismo. En 1970, el ejército jordano atacó a asentamientos palestinos, matando, según la PLO, a decenas de miles de civiles.

Puesto que era cuestión de luchas internas entre distintos grupos de musulmanes y a nadie se le ocurrió culpar a los judíos por lo que estaba sucediendo, las matanzas cruentas que se producían no motivaron protestas callejeras o universitarias en el Occidente. Asimismo, en la actualidad pocos se sienten demasiado perturbados por la sumamente confusa guerra civil en Sudán, donde masacres brutales de no combatientes son frecuentes o, hasta hace muy poco, por lo que sucedía en Siria.

A los dirigentes e intelectuales occidentales les cuesta tomar en serio las dimensiones religiosas del conflicto entre Israel y sus vecinos. Para ellos, tiene que ser una disputa territorial que podría resolverse si los israelíes entregaran a sus enemigos algunos kilómetros cuadrados a cambio de un tratado de paz, ya que a su entender las guerras de religión pertenecen al pasado.  Tal actitud se debe a lo difícil que les es comprender que principios que les parecen evidentes no están compartidos por todos los pueblos; para muchísimas personas en el Oriente Medio, Asia y África, las tradiciones islámicas en la materia siguen siendo vigentes.

Aun cuando en países musulmanes haya gobiernos que han llegado a la conclusión de que les sería contraproducente aferrarse a ideas que son incompatibles con el orden mundial existente, tienen que tomar en cuenta las convicciones de quienes se niegan a “modernizarse”. Entre éstos están aquellos líderes religiosos que les recuerdan que Israel ocupa un pedazo de tierra que antes había formado parte del califato islámico y que por lo tanto hay que  reconquistarlo por los medios que fueran.      

Para quienes piensan así, las treguas, como la firmada a regañadientes por el gobierno de Benjamín Netanyahu y por la agrupación yihadista Hamas, son forzosamente pasajeras. Son “hudnas” que no significan nada permanente, sólo que los fieles necesitan cierto tiempo en que prepararse para reanudar la guerra. En cambio, Trump y sus asesores están convencidos de que Israel, como las potencias aliadas en 1945, ha triunfado y que por lo tanto no tiene porqué comportarse como un país derrotado.

La prolongada tragedia de los palestinos se debe a la negativa de los demás árabes, y de centenares de millones de otros musulmanes, a resignarse a la existencia de Israel. Desde la creación de lo que muchos aún llaman “la entidad sionista”, se han aferrado a la ilusión de que un día compartiría el destino de los reinos que, en el Medioevo, los cruzados europeos implantaron en el Levante.

Para presionar a los occidentales, con la colaboración de organizaciones internacionales optaron por tratar a todos los árabes desplazados por la formación de Israel como refugiados, una condición que, andando el tiempo, se haría hereditaria. Huelga decir que lo mismo no ocurrió a los millones de judíos que fueron expulsados de países musulmanes. A diferencia de los calificados de palestinos que se vieron confinados en “campos de refugiados”, fueron aceptados como ciudadanos plenos de Israel. Puesto que tanto ellos como sus descendientes entienden muy bien la mentalidad de sus enemigos mortales, suelen votar por políticos más “derechistas” que los favorecidos por israelíes con antepasados europeos que, antes de la masacre sádica perpetrada por Hamas, creían que sería factible alcanzar la paz negociando con islamistas que no disimulaban su voluntad de exterminarlos.

por Por James Neilson

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