España ha decidido finalmente ponerse al día con su deuda histórica en materia de defensa dentro de la OTAN. El gobierno de Pedro Sánchez anunció un ambicioso plan de inversión de 10.500 millones de euros que permitirá, por primera vez, alcanzar el umbral del 2% del PBI comprometido con la alianza atlántica.
El gesto tiene una lectura doble: por un lado, busca cumplir con una promesa largamente postergada desde 2014; por el otro, responde a un cambio geopolítico profundo, donde Europa ya no puede contar con el paraguas de Estados Unidos. “Solo Europa sabrá proteger a Europa”, afirmó Sánchez en una frase que resume tanto el giro estratégico como el nuevo tono de urgencia.
Compromiso
Durante años, España estuvo entre los países más rezagados en gasto militar dentro de la OTAN, destinando apenas un 1,3% de su PBI a defensa, muy por debajo del promedio. El compromiso de llegar al 2% fue asumido hace más de una década por un gobierno conservador, pero nunca había sido priorizado.
El nuevo “Plan industrial y tecnológico para la seguridad y defensa”, aprobado por el Consejo de Ministros y ahora remitido a la OTAN y la Unión Europea, se propone cumplir con ese umbral en 2025. El programa se enfoca en áreas de alta tecnología como telecomunicaciones, ciberseguridad, inteligencia artificial, y adquisición de equipamiento militar avanzado. “El enemigo ya no dispara solo misiles”, advirtió Sánchez. “Usa drones no tripulados, fuerzas paramilitares, campañas de desinformación y ciberataques con inteligencia artificial para desestabilizar nuestras redes, nuestros servicios públicos y nuestra forma de vida”. La guerra en Ucrania, en ese sentido, no solo redefinió la concepción de amenaza, sino que convirtió el escenario europeo en un laboratorio de las guerras híbridas del siglo XXI.
Estados Unidos
El factor más determinante detrás de este giro europeo, sin embargo, no es Rusia, sino Estados Unidos. Desde su regreso al poder, Donald Trump ha incrementado la presión sobre sus socios atlánticos, exigiendo que eleven su gasto en defensa hasta el 5% del PBI. En paralelo, amenaza con reducir el compromiso de Washington con la seguridad colectiva si los países europeos no “asumen su parte”.
El secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte, ha reconocido abiertamente que estas presiones están surtiendo efecto. España, Portugal, Bélgica e Italia han acelerado sus compromisos de inversión. Según Rutte, el riesgo de que el respaldo estadounidense se desvanezca obliga a una respuesta “unilateral y preventiva” por parte de los miembros europeos: “Les digo que ahora soy yo el que llama para pedirles el 2%, pero si no me escuchan, tal vez reciban una llamada de Washington”.
Este giro no se limita al plano presupuestario. Lo que está en juego es una redefinición del equilibrio estratégico que rigió desde la Segunda Guerra Mundial. En ese contexto, el gasto no es solo gasto: es presencia, autonomía y, sobre todo, capacidad de disuasión.
España
La posición de Pedro Sánchez se inscribe dentro de este nuevo consenso continental. En su discurso, el español remarcó que la seguridad del este europeo, del Báltico y de los países nórdicos es también la seguridad de España. La distancia geográfica ya no implica desconexión: la amenaza rusa, la guerra de Ucrania y la dependencia energética han demostrado que Europa es un cuerpo con vasos comunicantes muy sensibles. “Putin es una amenaza seria —dijo el presidente español—. Su neoimperialismo nos afecta a todos, estemos cerca o lejos del frente”.
La respuesta española no solo busca satisfacer una exigencia externa, sino también posicionarse dentro del bloque europeo como un actor comprometido con la estabilidad regional. En tiempos de fragmentación, España y Sánchez buscan presentarse como parte de la solución.
No obstante, el giro no ha estado exento de tensiones internas. El partido Sumar, socio de coalición del gobierno, calificó el plan como “incoherente” y “absolutamente exorbitante”. Sánchez se encargó de despejar dudas: aseguró que el aumento del gasto militar no implicará ni suba de impuestos, ni recortes al Estado de Bienestar, ni incremento del déficit fiscal. Pero la contradicción entre una agenda progresista y el rearme europeo no deja de abrir un frente político incómodo.
Incertidumbre
La frase más repetida en el discurso de Sánchez, “solo Europa sabrá proteger a Europa”, revela el nuevo espíritu que empieza a imponerse en Bruselas y en las principales capitales del continente. La vieja dependencia de Estados Unidos como garante automático de la seguridad parece cada vez más insostenible. La OTAN ya no es una alianza entre pares, sino un equilibrio en discusión permanente.
Esta transformación se da en un contexto marcado por desafíos múltiples: guerra convencional, sabotaje infraestructural, ciberconflictos y desinformación sistemática. Ya no alcanza con blindarse militarmente: hay que proteger las redes eléctricas, los cables submarinos, los satélites, los datos personales y la cohesión social. El enemigo está también en las pantallas.
En ese sentido, el plan español apunta más allá de los tanques y los aviones. Y lo que comienza a perfilarse es una Europa que se rearma no solo por necesidad, sino por convicción. En ausencia de garantías estadounidenses, el eje Berlín-París-Madrid cobra más peso. La inversión militar se convierte así en herramienta diplomática, en señal hacia el exterior y también hacia el interior: Europa quiere dejar de ser un actor pasivo.
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